No por estar acostumbrados debemos tolerar, como ciudadanos, la nociva contaminación sónica que sufre la capital y otras grandes ciudades sin que la autoridad sea capaz de controlarla.
Pese a los operativos que de cuando en cuando realiza la Policía para incautar bocinas o altoparlantes que se usan en alto volumen en bares, vehículos o en plena calle donde haya una chercha, los ruidos siguen constituyendo un factor de molestia y de estrés que la ciudadanía padece, indefensa, todos los días.
Fuera del ruido que provocan estos negocios hay otros que provienen del desmesurado e impropio uso que dan los conductores de vehículos, tanto públicos como privados, a sus bocinas.
Es raro escuchar el toque de bocinas en las grandes metrópolis, no sólo porque hay leyes fuertes que castigan este abuso sino porque la ciudadanía ha sido educada para no causar molestias al prójimo o a la colectividad.
De ahí que veamos con mucha simpatía la disposición que acaba de tomar el Sistema Nacional de Emergencias 9-1-1 de abrir sus canales para que a partir del 15 de enero del 2015 los ciudadanos denuncien los ruidos innecesarios y excesivos que se originan en horas de descanso, en atención a lo que dispone la ley 287-04 sobre la materia.
Se trata de poner en plena vigencia esa ley del modo más practico posible: denunciando a los causantes de ruidos y sometiéndolos a la justicia, a ver si comenzamos a ponerle fin a este relajo y a esta incontrolada contaminación sónica que todos sufrimos.
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